Sarah ha relatado su experiencia trabajando en el equipo que adapta los artículos escritos para internet a la edición impresa.

La publicación en The New York Times de un artículo de opinión anónimo, atribuido a un alto cargo de la administración de Trump, ha acentuado el debate sobre si se pueden hacer excepciones a la hora de publicar un artículo de opinión sin firma. El artículo, titulado Soy parte de la resistencia dentro del gobierno de Trump, ha dividido a los profesionales de la información, que argumentan en favor y en contra de la publicación del artículo.

El periódico español El Mundo, por ejemplo, indicaba que “la publicación de un artículo así, sin la firma de un autor que se haga responsable de su contenido, y por tanto de su veracidad, traspasa una raya roja que menoscaba la credibilidad de los ciudadanos en el periodismo. El periódico estadounidense de referencia experimenta aquí un peligroso deslizamiento desde la labor informativa al puro activismo; una extralimitación que lamentablemente concede munición a quienes, como el mismo Trump, están orquestando una campaña de desprestigio contra la prensa, a la que acusan de ser “el enemigo del pueblo”, cuando debe ser su mayor aliado contra el despotismo”.

La directora de El País, Soledad Gallego-Díaz, sin embargo, asegura que “sí, claro que lo hubiera publicado si sabía quien lo había escrito”. “Tengo la absoluta seguridad de que el director de opinión ‘The New York Times’ sabe quién es el autor de esa información y sabe que está contrastada y que es veraz. Desde luego reconozco que no es una decisión fácil que se puede tomar en diez minutos, no, hay que reflexionarla, pero yo también lo hubiera hecho”.

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La Razón relata que “dentro del propio «The New York Times» («NYT») la publicación del artículo habría generado un monumental debate. Los reporteros de investigación, la otra joya de la corona del veterano rotativo, no fueron informados de la publicación. Cuentan que algunos apuestan por investigar la autoría del artículo. Si ellos, que tantas veces se la jugaron para proteger el sacrosanto anonimato de las fuentes, han de transigir con una jugada que, con independencia de las bondades que aireen sus defensores, más allá de que pretenda o no garantizar la seguridad de quien dice trabajar, traiciona la deontología y los códigos éticos del periódico”.

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