Javier Mayoral, autor de "Periodismo herido busca cicatriz"

Javier Mayoral es doctor en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y licenciado en Filología Hispánica. Desde el año 2000 imparte clases en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Pero conoce también lo que es la profesión por dentro. Desarrolló su carrera profesional en los Servicios Informativos de Telemadrid, en donde fue director de los informativos de fin de semana.

Acaba de publicar el libro Periodismo herido busca cicatriz, en el que analiza algunos de los problemas fundamentales del periodismo: la crisis de identidad y la pérdida de credibilidad, la creciente espectacularidad del relato, la búsqueda a veces compulsiva de grandes datos de audiencia, la caída en desgracia de principios deontológicos básicos o la necesidad de una regeneración profesional.

 

 

 

PREGUNTA (P). Empecemos por el origen de la crisis. Después de haber estado con once periodistas de primera fila con los que ha mantenido las entrevistas que aparecen en el libro, a qué conclusión llega sobre lo que le pasa al periodismo. ¿Qué ha fallado para estar donde estamos?

RESPUESTA (R). Creo que ha habido un conjunto de dificultades que no hemos sabido afrontar convenientemente. Ha habido un problema de falta de reflexión, de falta de debate, incluso de autocrítica. Tengo una sensación extraña después de haber publicado el libro, porque al comenzar a escribirlo pensaba que teníamos sólo un problema de autocrítica, pero después de publicarlo me he dado cuenta de que también tenemos un problema de autoestima. Parece contradictorio, pero no lo es.

Cuando alguien tiene un problema importante, hay una tendencia a ir aplazando el momento de encararlo; se hace todo lo posible por no hablar de él y finalmente se acaba por no conceder ni un solo minuto a la resolución de ese problema. Es un poco también lo que nos ha pasado. Se ha hablado de lo que tenía que ver con la crisis económica, con la tecnología…. Ahí el problema ha estado fuera, pero en la parte más interna, más relacionada con nuestra profesión, en todo lo que tiene que ver con nuestra crisis de identidad y de credibilidad, nos ha faltado reflexionar.

Además, como comentaba, hay un problema de autoestima, porque como no hemos querido afrontar el problema, no hemos sabido explicarlo. El ciudadano puede tener la percepción de que el trabajo periodístico estará ahí pase lo que pase, y no es así. El trabajo periodístico hay que hacerlo, y si los periodistas hacen un mal trabajo, el trabajo periodístico no estará ahí. Habrá trabajos periodísticos, pero de mala calidad. La convergencia de esas dos situaciones nos ha dejado en la situación en la que estamos ahora.

Los amigos y conocidos que han visto el título del libro han dicho que les parecía un buen título, pero aunque el título es lo de menos, sí es verdad que se han sentido reflejados por la sensación de herida. La profesión está muy herida y está necesitada de cicatrices.

(P). Hablamos mucho de periodismo de calidad, de periodismo diferencial, con valor añadido, de recuperar valores tradicionales, como primer paso para, por ejemplo, poder cobrar por los contenidos, pero las redacciones cada día están más empobrecidas e incluso explotadas, y aquellos periodistas de los que nos enseñábamos cuando entrábamos a un periódico de jóvenes, aquellos periodistas de los que aprendíamos en realidad la profesión, ya no están, porque han sido despedidos. ¿Cómo se puede hacer periodismo de calidad si no se tienen los mimbres para ello? ¿A dónde nos lleva esta situación?

(R). Por eso estamos en la tormenta perfecta. Cada factor contribuye a que todo lo demás vaya en el mismo sentido de empobrecimiento, de perdida de calidad, de pérdida de credibilidad… Creo que uno de los elementos que ayudaba a generar esa calidad periodística es que había formación después del periodo de formación de las universidades. Tal vez las universidades no estamos haciendo bien nuestro trabajo. Los estudiantes no salen lo suficientemente preparados. Yo pongo el foco en la escritura y los que salen graduados, en ese aspecto en concreto, en general, tienen un nivel deficiente, y ahí tenemos una responsabilidad nosotros. Ya digo que probablemente no lo estamos haciendo suficientemente bien.

Pero luego hay un periodo de formación que estaba dentro del medio de comunicación, cuando el periodista novato llegaba y encontraba un profesional con 20 o 25 años de experiencia que le ayudaba a afrontar ese proceso de formación continua. Yo creo mucho en ese proceso. La redacción es un colectivo y se aprende mucho. El otro día me decía una compañera que ahora, en el mejor de los casos, un becario enseña a otro becario. Es una tragedia, porque se ha perdido la convivencia de generaciones en las redacciones. Ese proceso dificulta mucho este objetivo de recuperar la calidad periodística.

Al mismo tiempo, tenemos audiencias que no son especialmente críticas. Los medios de comunicación no acaban de percibir una exigencia de calidad. En ese contexto es muy difícil recuperar ese patrón de periodismo. Yo no soy muy partidario de una vuelta al pasado sin más, pero sí de recuperar la esencia de lo que es el buen periodismo. Un periodismo que no genere dudas, que ofrezca una relato sólido, comprobado y que dé garantías a los ciudadanos de que lo que se está contando está suficientemente comprobado y que no hay una intención de generar sólo consumo de información sin más, sino que la información está pensada para unos ciudadanos que tienen que saber para poder elegir. Esas ideas del periodismo clásico son difíciles de aplicar ahora. Hay muchos factores que hacen que nos acerquemos más a un periodismo de consumo fácil.

 

(P). Habla en el libro, precisamente, de que algunos medios como Financial Times o el New York Times tienen un público que exige un periodismo de calidad. Pero aquí tal vez esa exigencia no existe. ¿Cómo se consigue tener un público que te exige calidad si no están acostumbrados ahora, con las excepciones que haya, a recibir periodismo de calidad?

(R). Es verdad que no tenemos ese público, pero hay que intentar hacer esa explicación, porque si no la hacemos los responsables somos nosotros. Siempre he sido partidario de romper esos círculos viciosos. Los medios de comunicación tienen que estar en la escuela y enseñar a los ciudadanos los efectos que puede causar una noticia manipulada. Eso debería formar parte de la enseñanza más elemental.

Un ciudadano debe estar prevenido contra el mal periodismo y debe saber valorar lo que le puede aportar un buen periodismo. Esto no debe ser un ejercicio de adoctrinamiento sino intentar que desde la enseñanza más básica los chavales aprendan a conocer el mecanismo de generación de noticias, cómo se construyen y qué consecuencia tiene una noticia construida con un fin ideológico. Eso haría que el público fuera más exigente. Eso para empezar.

Luego, es verdad que los medios de comunicación también deberían buscar audiencias que fueran sostenibles y no audiencias que no se pueden mantener si se deja de hacer periodismo, que me parece que es lo que está sucediendo en muchas ocasiones.

Para sobrevivir, muchos medios han llegado a la conclusión de que la única vía es no hacer solo periodismo sino muchas cosas más. Y esas muchas cosas más se están comiendo la esencia del periodismo, incluso en los propios medios de comunicación tradicionales.

 

 

(P). En esta crisis, como en todas, han aparecido muchos gurús y profetas del fin del mundo y la salvación, pero casi todos del sector de la tecnología. ¿Tenemos tanto sentimiento de culpa los periodistas que nos hemos callado por vergüenza o falta de credibilidad o es que realmente hemos arrojado la toalla en la búsqueda de soluciones y ya sólo nos queda la esperanza de que llegue un día invento que nos salve?

(R). La tecnología, sin duda alguna, ha tenido que ver con lo que nos pasa. Nuestra profesión ha cambiado mucho por la tecnología. Eso es indudable. Pero no podemos esperar que las soluciones lleguen de la tecnología. La tecnología proporciona soluciones pero también genera problemas. Hay que orientar el uso periodístico de la tecnología. Hemos estado en una actitud muy pasiva, esperando que alguien nos diga que ya se ha inventado el aparato que soluciona los problemas tecnológicos que habían creado otros aparatos anteriores. Eso no ha llegado y no va a llegar.

El periodismo debe adoptar una actitud activa para dar sentido a los avances tecnológicos. Algunos de ellos son fundamentales, nos ayudan a hacer mejor periodismo, y otros nos cambian rutinas, modos de trabajar. Hay que intentar llevar todo ese río de avances tecnológicos hacia un lugar que sea el más adecuado para nuestra profesión. La crisis económica también ha llevado a que muchos gestores no procedan del ámbito periodístico, y no comprendan cómo se trabaja en un medio de comunicación y cuál es su singularidad. Se ha aplicado una lógica empresarial no periodística que no ha tenido en cuenta necesidades periodísticas y en nombre de la gestión se han cometido muchas tropelías.

Esa visión estrecha y cortoplacista de querer ganar el click de hoy nos lleva a perder audiencias de dentro de un mes o dentro de un año. Esa percepción de que el ciudadano se ha convertido en un cliente es muy nociva para el periodismo. El tecnólogo nos puede ayudar pero el periodista no puede desaparecer de esta situación en la que la tecnología irrumpe en la profesión.

 

(P). ¿Pero no fuimos los periodistas como colectivo, cuando teníamos esa responsabilidad, cuando éramos parte de la gestión de la empresa en época de bonanza, antes de 2008, los que no vimos, más allá de la crisis económica, adónde se estaba yendo el periodismo, los que no vimos la profunda grieta que se estaba abriendo no sólo de merma de credibilidad sino también de deficiencia de modelo de negocio?

(R). No soy experto en cuestiones de gestión, pero sí tengo la impresión de que tuvimos una grave responsabilidad, porque cuando llegó el nuevo mundo digital pensamos que sería una posibilidad de pelotazo, de gran negocio, y se afrontó mal.

Estábamos preparándonos para una situación de lujos, de expansión, de grandes retos, de grandes inversiones, y en esto llegó la crisis. Seguramente la visión que tuvieron los gestores periodísticos no fue la adecuada y hay que preguntarse qué falló. Un gestor tiene que saber de periodismo, pero los periodistas que están gestionando deben tener además unas herramientas de gestión muy sólidas. Ya no vale una gestión amateur. Incluso en pequeños medios de comunicación deben tener una formación en esa materia profesional, si no el medio se va a pique. Los años anteriores a la crisis hubo una preparación para un periodo de esplendor y no supimos ver lo que se nos venía encima

 

(P). Se comenta que una de las ventajas del nuevo periodismo es que puede romper la uniformidad de fuentes, pero, al final, ¿no están todos recurriendo a las mismas fuentes y dando el mismo mensaje, multiplicado hasta el infinito?

Hay, por otro lado, un hecho que preocupa sobremanera: la tendencia cada vez mayor a ofrecer a los lectores lo que quieren, no ya sólo en contenidos, sino en pluralidad de opiniones, aunque eso sea incluso empobrecer la realidad al reducirla a lo que dicen quienes están alineados con la ideología del periódico. ¿Está contribuyendo también el periodismo a lo que tanto criticamos de las redes sociales, esa cámara de eco, o esas burbujas de filtro de las que ya advirtió hace tiempo Eli Pariser?

(R). Son dos cuestiones complejas y muy importantes para la evolución de un periodismo de calidad hoy. Es cierto y está estudiado, y en el libro se cita, que los flujos de información revelan que no es que haya mucha más información sino que es la misma información multiplicada por mil, replicada a través de muchos nuevos conductos. Eso produce un empobrecimiento, porque todo el mundo dice lo mismo. Pero, por otro lado, sí hay nuevas formas de contar, de expresarse a través de nuevas herramientas.

Lo veo mucho en mis alumnos. Cuando hacen un trabajo de fin de grado observo que encuentran vías para contar cosas de formas diferentes. Y algunos de esos alumnos se lanzan a realizar proyectos que hubieran sido completamente imposibles hace 20 años, por una cuestión tecnológica. Hoy, crear un medio de comunicación cuesta muchísimo menos que hace 20 años, cuando no había otra posibilidad que no fuera el papel, la radio o la televisión tradicionales. Ahora es mucho más fácil y se están viendo proyectos muy interesantes.

Lo que más cuesta es conseguir la viabilidad económica de esos nuevos modos de contar. Sí es verdad que a través de ese periodismo pasivo, de estar en las redacciones, damos lo mismo en todos los sitios, pero de forma minoritaria emerge una nueva forma de contar las cosas; por ejemplo, un periodismo no tan obsesionado con la inmediatez. Hay ejemplos muy buenos de ello.

En cuanto a la presión que ejercen los lectores que se convierten casi en nuevos censores, lo he descubierto hablando con gestores de medios de comunicación que lo reconocen muy abiertamente. Tienen conflictos con sus propios lectores, que imponen una manera muy unívoca no solo de entender la realidad sino también de contarla y que en el momento en que publicas algo que se sale de las expectativas de esa comunidad de lectores, protestan de una manera muy airada y se indignan. Ahí está también la responsabilidad de los periodistas y no solo tienen que combatir la presión de los que están por arriba sino también de los que están abajo leyendo y forman parte de su comunidad de lectores.

Eso se debe hacer con total transparencia. La transparencia en los medios de comunicación actuales me parece fundamental. Es imprescindible e inaplazable que los medios sean más trasparentes para recuperar la credibilidad social. Debes explicar en la medida de lo posible por qué lo has contado del modo en que lo has contado y por qué no has contado otras cosas. Este ejercicio metaperiodístico de dar explicaciones pone a veces a prueba la paciencia de los periodistas, que no ven que tengan que estar contando algo que para ellos es tan obvio. Pero hay que hacerlo también obvio para los ciudadanos.

 

(P). Pero nunca ha habido tanto metaperiodismo, tantas webs o publicaciones que hablan sobre el futuro del periodismo o sobre cómo debe actuarse. Esa reflexión existe.

(R). Hay un metaperiodismo que interesa a los lectores, el que habla de una visión negativa o denuncia una manipulación. Ese tipo de metaperiodismo suele tener bastante interacción; eso a los ciudadanos les interesa, pero si es un ejercicio de reflexión más profunda, por ejemplo, los códigos deontológicos o la nueva situación que se está viviendo, no sé si interesa tanto.

Ese metaperiodismo casi se ha convertido en una moda, aunque creo que es más para la gente interesada en el periodismo. Lo más eficaz sería hacer ese ejercicio pensando en los ciudadanos.

Cuando me puse a escribir el libro, tenía un contrato con una editorial académica, pero lo rompí porque quería hacer un ensayo que fuera más personal y que pudiera implicar también a ciudadanos que de algún modo se sintieran concernidos por el periodismo. ¿Quién no se siente concernido por lo que afecta a los medios de comunicación, si forman parte de la vida de la gente? Hay que intentar no hacer un debate sobre deontología profesional para periodistas, sino implicar a los ciudadanos. Ahí he encontrado ese problema de autoestima. Los periodistas no hemos sido capaces de explicar por qué es necesario nuestro trabajo.

 

(P). Hablemos de la universidad. En mitad de esta crisis, ¿hay algo claro que se pueda transmitir a los estudiantes? Estos días escuchaba a Javier Darío Restrepo afirmar que si la Universidad solo enseña técnica, el periodista sale sin armas para enfrentarse a una profesión que, para ser digna, precisa una gran reserva interior. Y sostiene que las universidades, aparte de enseñar técnica, en un momento como éste, deben enseñar conciencia.

(R). Hay una tentación de adecuar planes de estudio introduciendo tecnología; por ejemplo, asignaturas referentes a redes sociales o a periodismo de datos, aunque no me gusta mucho esa expresión de periodismo de datos. Sin duda, eso es necesario. La tecnología ha cambiado el trabajo y es un hecho relevante, pero la tecnología va a seguir cambiando, con lo cual hay que pensar muy bien qué van a necesitar nuestros estudiantes no solo ahora mismo sino dentro de diez o quince años.

Una de las cuestiones fundamentales que tenemos que hacer en la universidad es conseguir que cada alumno, cada persona que pasa por aquí, construya su propio criterio. No se trata solo de dar más herramientas o tecnología para que sepan usar un programa de edición de vídeo, sino que tengan criterio para montar una buena historia audiovisual. Si nos centramos en el programa, nos equivocamos.

Cuando el periodista entre en el mercado laboral, ese programa ya no estará o estará desfasado. Tenemos que reforzar la parte que tiene que ver con lo más nuclear de la profesión, como la formación humanística, la capacidad crítica, la capacidad para preguntar, la capacidad para ver de forma diferente; no adocenar, en definitiva, la mirada de las miles de personas que pasan por aquí. Que no miren como si hubieran salido de una fábrica.

 

(P). Habla en su libro de que para conocer las causas de una crisis hay que mirar los antecedentes, pero que no es bueno relamerse las heridas, porque si no no cicatrizan, y que el periodismo necesita en estos momentos empezar a cicatrizar esa herida. Hasta ahí, el mensaje es claro. Lo que no me ha quedado claro tras la lectura del libro es si, personalmente, es usted optimista sobre el futuro del periodismo.

(R). Estoy en una situación un poco confusa y si no ha quedado claro es porque he transmitido mi propia confusión. Iñaki Gabilondo lo explica bien al inicio del prólogo. Esa sensación de ver cómo los grandes edificios del periodismo se están derrumbando no nos permite ser muy optimistas. La forma que conocíamos de hacer periodismo hasta ahora se está viniendo abajo. Y lo que está por llegar, lo que está emergiendo, no tiene aún suficiente identidad; no le vemos el cuerpo a ese nuevo edificio.

Estamos en un momento, además, en que la precariedad laboral, la precariedad de las redacciones, es tan llamativa, que es muy difícil ser optimistas. Soy optimista porque trabajo con personas muy jóvenes y veo cada día en las clases el entusiasmo y las ganas de hacer cosas diferentes.

Es una situación ambigua. Por un lado, estoy abrumado por la confusión general de la profesión, que ve cómo incluso los grandes medios de comunicación se están viniendo abajo, pero al mismo tiempo soy consciente de que algo va a sustituir esa forma tradicional de hacer periodismo. Es inevitable, porque estoy convencido de que el periodismo es necesario. Te diría que más necesario hoy que nunca.

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