Una investigación internacional basada en una muestra de más de 66.000 personas en 24 países ha trazado el perfil más completo hasta la fecha sobre quiénes son más susceptibles a creer noticias falsas. A través del test MIST-20 (Media Inference Susceptibility Test), los investigadores han revelado patrones que relacionan la edad, el género, la ideología y el nivel educativo con la capacidad para distinguir información veraz de bulos.
Los resultados del estudio, publicado en la revista Personality and Individual Differences, apuntan a que las personas más jóvenes —especialmente aquellas pertenecientes a la generación Z—, las mujeres, quienes tienen un menor nivel educativo y quienes se sitúan en los extremos más conservadores del espectro político, presentan una mayor tendencia a aceptar como verdaderas noticias falsas. Uno de los datos más significativos es que, a pesar de su familiaridad con los entornos digitales, los más jóvenes no muestran una mayor capacidad para identificar desinformación, lo que cuestiona el supuesto vínculo entre alfabetización digital y edad.
Autoevaluación y percepción del propio juicio
El estudio también examina hasta qué punto las personas son capaces de juzgar con precisión su habilidad para detectar bulos. Mientras que los participantes conservadores sobreestimaron su destreza, las mujeres y los jóvenes mostraron una autovaloración más ajustada a sus resultados reales. La investigación indica, por ejemplo, que la generación Z reconoció con acierto sus dificultades para discernir titulares verdaderos de los falsos.
La herramienta utilizada, el test MIST-20, consiste en presentar a los participantes 20 titulares, la mitad reales y la otra mitad inventados por inteligencia artificial. La tarea de los encuestados era etiquetar cada uno como verdadero o falso. Según los responsables del estudio, se trata de una metodología psicométrica validada, con doble ciego y revisiones múltiples.
Desinformación y consecuencias sociales
El informe alerta sobre las implicaciones que estas diferencias pueden tener en el funcionamiento de las democracias. La desinformación no es un fenómeno sin consecuencias: los autores recogen casos como la difusión de rumores que provocaron linchamientos en India, el aumento del rechazo a las vacunas en diversas regiones del mundo o actos violentos motivados por teorías conspirativas.
«Erradicar la desinformación debe ser una prioridad», señalan los investigadores, citando también las recomendaciones del Foro Económico Mundial. Advierten, sin embargo, de una limitación del estudio: al estar disponible únicamente en inglés, la prueba ha tenido mayor acogida en países angloparlantes o entre individuos con dominio avanzado del idioma, lo que condiciona su alcance universal. Por ello, los expertos abogan por traducir y adaptar el MIST a más lenguas para ampliar la investigación en contextos culturales diversos.
Educación como vía de prevención
Los autores del estudio, investigadores de universidades como Oxford, Cambridge, el King’s College de Londres y la Universidad de Columbia Británica, proponen como principal vía de intervención los programas educativos centrados en pensamiento crítico y alfabetización informativa. Subrayan que no todas las democracias están priorizando este problema y que, en ciertos contextos, incluso se utiliza la desinformación como arma política.