Me ha llamado mucho la atención el hecho de que, de entre la infinidad de artículos que se han publicado en diciembre de 2018 y enero de 2019, a modo de previsiones de lo que serán los retos inmediatos que debe afrontar el periodismo, pocos, muy pocos de ellos se acuerdan de citar algo tan necesario para recuperar el periodismo de calidad como son los buenos periodistas.

Es evidente que el periodismo debe lidiar este año, y de manera decidida, con algunos problemas que lleva arrastrando desde hace ya tiempo: la necesidad de situar en lo alto de la pirámide de prioridades, con sentido común, el pago por contenidos; entender de una vez por todas qué es la economía de la atención y cómo se aplica en un periódico digital; reformular su relación con las plataformas y saber aprovecharse de las comunidades que allí existen e involucrarse con ellas, conocer sus problemas y resolverlos y dotarlas de nuevas herramientas comunicativas; apostar por un periodismo útil y de soluciones; abandonar las métricas de vanidad y que los monitores de las redacciones recuperen las métricas de calidad; ser más transparentes en las decisiones editoriales e ir combatiendo esa desconfianza de tantos lectores (demasiadas apuestas hoy en día en la prensa española no superan el más elemental filtro de objetividad); sí, también, dotarse de la tecnología necesaria para poder crear un entorno de lectura mucho más atractivo para los lectores (UX) y obtener datos que nos permitan conocer mejor a nuestra audiencia, pero sin dejarnos llevar por lo que los anglosajones llaman the bright shiny things syndrome, el síndrome de las cosas brillantes o el síndrome del objeto brillante en otras varianteses decir, que no actuemos como periodistas o gerentes de un periódico al dictado de lo que más llama la atención en tecnología e innovación, lo que más brilla, sino lo que más necesitamos para cumplir nuestra hoja de ruta y dejemos de lado esta fototaxia, porque ya sabemos lo que le pasa al final a una polilla cuando se acerca a la bombilla.

En fin, que así podríamos continuar, con decenas de retos pendientes, hasta llenar una resma (o su equivalente en palabras en word). Pero ninguna de las soluciones o ideas que podrían proponerse tendría muchos visos de éxito si olvidamos, como decía, que para que los periódicos empiecen a recuperar el sentido común, hay que situar en su justa proporción todo lo banal y apostar, ahora más que nunca, por el periodismo de calidad. Es el momento de que la industria se pregunte: ¿Estamos invirtiendo en periodismo? ¿Estamos invirtiendo en periodistas?

Subidos a una ola que ahora se va desvaneciendo, muchos periódicos se olvidaron del periodismo y en demasiadas ocasiones se sacrificaron periodistas de calidad y buen periodismo y buenos directivos para inundar los medios de informaciones buzz, de las últimas fotos en bañador subidas a Instagram por famosos y famosas de dudoso mérito en algunos casos; fueron perdiendo espacio en las portadas las informaciones de calidad para dar cabida a lo último en decoración moda o belleza, los looks más elegantes, la sopa perfecta para combatir catarros, o a qué temperatura debe cocerse una mona de Pascua para que quede perfecta.

Fue gente, a río revuelto, a los periódicos, prometiendo grandes soluciones y muchos directivos, desorientados como estaban en mitad de la tormenta, se dejaron engatusar por promesas vanas, que al final lo que han hecho es ir diezmando aún más las ya maltrechas economías de los medios y hacer perder el tiempo.

Se dejaron ir (perdón por el eufemismo) directivos y periodistas que conocían los nuevos medios, pero que también habían pisado la calle y la seguían pisando, y conocían el oficio, y tampoco se dio la oportunidad a muchos jóvenes con talento y ganas de sacrificarse para hacer periodismo de verdad: eran carne de Facebook, estaban condenados a bucear en las redes sociales o a ver qué contaban otros medios virales que también miraban a su vez lo que hacían otros.

Muchas redacciones vieron cómo sus plantillas de periodistas se tenían que reducir mientras se ampliaban los equipos encargados de hacer noticias buzz, o escribir cómo hacer calamares a la romana en el microondas, paso a paso. Y el daño fue aún mayor en los medios locales, que iban perdiendo capacidad y debían redoblar su sacrificio y sus horarios para mantener viva la llama informativa en sus regiones, ciudades y pueblos, mientras crecían redacciones centrales en el caso de grupos editoriales, y lo que se negaba a los periódicos se daba a los equipos de periodismo viral o de recetas de pollo a l’ast, con todo mi respeto hacia los redactores, que no tienen ninguna culpa.

Y, poco a poco, con honrosas excepciones, se fue desvaneciendo el periodismo. Hasta hoy. Pero como diría Monterroso: cuando despertó, el periodismo todavía estaba allí. Y afortunadamente, aunque la crisis dista mucho de haber pasado y 2019 será otro año de despidos, (por la reducción de la publicidad y la demora que llevan los medios españoles en apostar por el pago por contenidos, o apostar por ellos pensando que sólo con poner el muro de pago es suficiente y que la gente acabará pagando, sin preocuparse por sus necesidades y problemas ni buscando soluciones), parece que esta epidemia que casi arrasa con los valores fundacionales del periodismo y ha acabado contagiando a los lectores va remitiendo, ayudada por la caída de Buzzfeed y otros buzz.

Y si yo fuera el paciente afectado y pudiera, pediría que esta vez se ocupara de mí el mejor médico. Pues eso.

 

 * Lluís Cucarella es periodista y consultor de medios. Especialista en desarrollo de audiencia de pago y en periodismo de proximidad, asesora a directivos de medios españoles y latinoamericanos y es director de la consultora Next Idea MediaHa sido, entre otros cargos, director de Levante-EMV, y director de contenidos digitales, director de negocio y subdirector general de Prensa Ibérica Digital. Es también director editorial del Laboratorio de Periodismo de la Fundación Luca de Tena.

Twitter: @cucarella

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