Periódicos poco plurales y periodismo de trinchera los ha habido siempre. También, por supuesto, en España. No es nuevo de ahora. Pero en un momento en que desde los extremos políticos y grupos organizados se plantea una batalla que pretende reducir la realidad a una oposición radical entre buenos y malos, y en un momento en que, sobre todo, la desinformación crece sin freno, se espera del periodismo que sea ese espacio plural en el que se invite a la reflexión, a conocer unas ideas, las más cercanas a las nuestras, pero también a encontrar voces que nos reten intelectualmente y pongan a prueba nuestras propias convicciones.

Cuando esa “recolección selectiva de evidencias” que todos hacemos al seleccionar información que satisfaga nuestras propias expectativas, la llevan a cabo por intereses no informativos los medios de comunicación, cuando las voces, los testimonios, son sólo las de una parte del conflicto, cuando de lo que se trata es de tomar partido, escoger bando y, una vez situado en el mismo, el bando bueno, disparar tus balas –noticias y opiniones– para aniquilar a los malos (como decía Francesc de Carreras), el periodismo se convierte en todo lo contrario de lo que se espera de él: algo que ayude a tener una visión más plural, detallada y matizada de la realidad; una actividad que, en definitiva, contribuya a que los lectores se formen su opinión libremente.

Como recordaba el director de la Vanguardia, Jordi Juan, en noviembre pasado, intervención que recomiendo revisitar, aquí no deberíamos estar “ni para derribar gobiernos ni para ayudar a que determinadas empresas tengan más beneficios. Estamos para informar de la forma más sincera y honesta posible. Si no, nos retratamos cada día”.

El problema, además, es que, como indicaba la Unesco recientemente, la mala situación económica de los medios de comunicación, algo que sí es nuevo de ahora, intensifica esa querencia a convertirse en periódicos de partido para quitar del poder al que no da dinero y entronizar a los que sí lo darán, u ocultar datos negativos de las empresas o acreedores a los que les deben la subsistencia.

La Unesco era clara: “El pluralismo de los medios de comunicación se ve cada vez más amenazado por el deterioro de los modelos empresariales de periodismo tradicionales, que ha hecho que las redacciones sean más vulnerables a las presiones tanto de los actores externos como de los propietarios y ejecutivos de los propios medios”. Una “amenaza creciente”, lo definía la Unesco.

 

La herida es grave, y la cura está lejos de vislumbrarse

El problema es que la herida es grave, y la cura está lejos de vislumbrarse, como comentaba Juan Cruz. Algunos periódicos han acostumbrado tanto a sus lectores a que no perciban más ideas que las de un bando que, cuando por azar o conveniencia puntual se cuela alguna opinión contraria, la mano de no pocos lectores va corriendo al botón de cancelar la suscripción.

Si a esto, que es lo que más nos concierne en el ejercicio de la profesión y su función social y de ahí el especial hincapié, unimos además la mucho más grave, acuciante y preocupante expansión de la desinformación en todas sus modalidades, se llega fácilmente a la conclusión de que la situación reclama medidas importantes y bastante urgentes.

Y esas medidas serán mucho más eficaces si ponen foco en enseñar a los niños y adolescentes principalmente, pero también a todos en general, las técnicas y habilidades necesarias para detectar desinformación y bulos, y también, en lo que atañe a los medios de comunicación, a detectar sesgos en los titulares e informaciones de los periódicos, a saber diferenciar entre opinión e información; a decidir por sí mismos si los mensajes tienen sentido, o por qué se incluyó cierta información y por qué no se incluyó otra, o qué relación tiene el periódico o el redactor con la información elaborada.

Enseñarles, en definitiva, a que puedan tomar sus propias decisiones sobre la información en función del conocimiento que ya tienen, y, por añadidura, que premien con su lectura a los periódicos plurales e independientes. Cuanto más aprendan desde pequeños a pensar sobre la información de manera crítica, más independencia, más voces diversas y más transparencia exigirán, y más obligados estarán los periódicos a ser más plurales por su propia supervivencia. Todo lo contrario que ahora.

La Fundación Atresmedia anunciaba días atrás precisamente que cambiaba su eje de actuación y se enfocaría en la Alfabetización Mediática e Informacional (AMI) para impulsar en niños y jóvenes el desarrollo de todas esas competencias, no sólo en la recepción de la información, sino también a la hora de compartirla.

Hacen falta muchas más iniciativas como la de Atresmedia, pero hace falta sobre todo que desde la administración pública se aborde su inclusión como materia escolar, y se haga de manera urgente, si no queremos lamentarnos de que, como siempre, luego sea demasiado tarde. Y mañana ya será tarde.

 

 

[Este artículo de opinión forma parte de la newsletter de Laboratorio de Periodismo. Semanalmente, Lluís Cucarella, director editorial del Laboratorio de Periodismo de la Fundación Luca de Tena y CEO de Next Idea Media, comenta en un artículo algún aspecto destacado de la semana en el mundo del periodismo. Suscríbete]

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