Vivimos tiempos extraños, donde las palabras ya no nacen solo de labios humanos sino de circuitos electrónicos que simulan emociones con la perfección fría de un espejo sin alma. Frente a esta avalancha tecnológica que promete escribir más rápido y más barato, el periodismo auténtico está llamado a reivindicar lo único que jamás será patrimonio de una máquina: el pulso vivo de la realidad, el contacto humano irreemplazable y la agenda forjada en años de encuentros cara a cara y miradas que dicen más que cualquier palabra.
La inteligencia artificial podrá escribir mil historias en un instante, pero jamás podrá vivir ninguna. Procesa textos, aprende patrones y reproduce narrativas con precisión quirúrgica. Pero hay algo intangible y profundamente humano que escapa siempre a su alcance: la experiencia directa, esa que se obtiene pisando calles, captando el matiz en un tono de voz o interpretando silencios cargados de significado.
Como recuerda Héctor Abad Faciolince en su extraordinario libro «Ahora y en la hora», una crónica desgarradora sobre su viaje a los horrores de la invasión rusa en la región ucraniana del Donetsk, el lema esencial del periodismo auténtico podría resumirse con estas palabras: «Si no se va, no se ve».
Estamos entrando en una era en la que el periodista capaz de sobrevivir y destacar será aquel que conserve intacta la credibilidad que se gana día tras día, historia tras historia. Deberá mantener su vínculo auténtico con personas reales, en contextos impredecibles, capaces de confiarle lo que jamás entregarían a un extraño. Ahí radica el verdadero poder del periodismo, un poder que trasciende la lógica matemática y la velocidad tecnológica.
La inteligencia artificial opera desde certezas estadísticas, pero el periodismo que perdure surgirá siempre de las incertidumbres humanas, de los conflictos internos, de las contradicciones que ningún algoritmo puede resolver. El periodista deberá explorar lo incierto, capturar esos detalles efímeros que nunca estarán codificados, y traducir en palabras la profunda complejidad del alma humana.
Frente a las máquinas, el periodista deberá ser más humano que nunca. Las fuentes, esos seres anónimos que confían secretos a voces reconocibles, serán el verdadero combustible del periodismo que viene. No habrá algoritmo capaz de arrebatar jamás al periodista su talento más profundo y escaso: el arte insondable de ganarse la confianza humana.