Leer no sólo las crónicas de los periodistas desde Ucrania sino también cómo es su día a día debería servir para que muchos jóvenes, entre ellos estudiantes de periodismo, hastiados por el periodismo de politiqueo que sólo mira sus propios intereses y pontifica sobre el bien y el mal, se den cuenta de que el periodismo puede ser otra cosa. Que, de hecho, lo es. Y que este tipo de periodismo, sea en Ucrania o en el pueblo en el que uno nació, debe ser un faro que ilumine el camino en la profesión.

Lo define así Howard Homonoff: «Las lecciones de la cobertura de la guerra de Ucrania tienen que ver menos con los heroicos presentadores con chalecos antibalas y más con la vitalidad de la cobertura informativa en sí misma y la capacidad de educar que proporciona».

Víctor de la Serna, en El Mundo, señalaba que el cataclismo ucraniano está teniendo el efecto de una sacudida tras años de sopor, y recordaba las palabras que hace unos días escribía Kyle Pope, director de la Columbia Journalism Review: «Han sido unos cuantos años difíciles, y a veces espantosos, para la profesión periodística, y para los informativos en televisión en particular. Se ha dado el control del micrófono a personajes penosos, y lo han utilizado para amplificar sus míseras peleas. Las redes sociales, Twitter en particular, se transformaron en el redactor jefe que establece la prioridad de los temas, y sus opiniones polarizadoras han dictado gran parte del ciclo informativo. Los presentadores de informativos se sintieron erróneamente como columnistas de opinión en vez de reporteros».

Pero el cataclismo ha sacudido todo ello. Agrega Pope: «Esta semana, algunos de los principales medios informativos del mundo han sido capaces de quitarse de encima el pesado equipaje del anterior decenio y proponer una información sobria, valiente e importante».

Escuchar, por ejemplo, el testimonio de uno de los fotógrafos del Washington Post que cubren la invasión rusa, el premio Pulitzer Salwan Georges, y ver sus fotografías, (por ejemplo, la serie de la despedida de George Keburia de su esposa Maya y sus hijos en la estación de tren de Odessa) da muestras de lo grande que puede ser el oficio.

Dice Salwan Georges: «Lo que busco como fotógrafo es realmente mostrar el impacto en los humanos. Esto es lo que me rompe el corazón. Estábamos en Kharkiv un par de días antes de que comenzara la guerra, y me dejó sin palabras ver cómo pasó de ser una ciudad tan vibrante a nadie parado afuera a las 8 p.m. Fuimos a este metro subterráneo que estaba repleto de cientos de personas, muchas mujeres y niños, porque los hombres se ofrecían como voluntarios para ir a pelear. Estar allí fue surrealista. No sabes dónde fotografiar. Tenía que ser respetuoso, dejar mi cámara y observar primero y hacer una conexión con la gente. Eso es lo que hice, pero fue algo muy triste de ver porque me recordó a la huida de Irak [Salwan fue refugiado en la guerra de Irak]. Espero que todas esas personas estén bien porque, nuevamente, en cada guerra, las personas siempre son las víctimas, personas inocentes. Y eso es exactamente lo que está sucediendo en esta guerra».

«Factcheckers», más necesarios que nunca

Aunque se ha observado en algunos momentos dentro de los medios establecidos cierta distancia hacia los factcheckers, porque comprobar la veracidad de la información siempre ha sido algo consustancial a los medios de comunicación en su día a día y era parte de su territorio, la multiplicación de fuentes y la cada vez mayor y más profesionalizada desinformación hacen insustituible su tarea.

Maldita, Chequeado y tantos otros, en el ámbito del idioma español, están demostrando en esta guerra su utilidad en el día a día, ante la proliferación de bulos, desinformación, y fake news. Como botón de muestra del extraordinario trabajo de Maldita, estos dos artículos:

Para el caso de RT y Sputnik, como recoge Antonio G. Encinas en el excelente artículo que recogemos en la selección semanal de noticias, algunos autores como Gordon Ramsay y Sam Robertshaw, del King’s College de Londres, cambian el concepto ‘fake news’ por el de ‘weaponising news‘, ‘noticias armadas’.

Tras analizar casi 12.000 artículos publicados en inglés por los dos medios inmediatamente después del envenenamiento de Sergei y Yulia Skripal, la investigación puso sobre la mesa los métodos usados por RT y Sputnik con el objetivo de realizar una función de «control de daños» para el estado ruso, desplegando una enorme variedad de tácticas para construir la agenda de noticias, que incluían también teorías conspiracionistas.

 

Vuelve la onda corta

Cuando la censura se impone, la imaginación busca una salida. Es lo que ha hecho la BBC. La cadena pública británica está revisando una táctica de transmisión que se popularizó durante la Segunda Guerra Mundial y que cayó en desuso con internet: la radio de onda corta. Usará frecuencias de onda corta (que pueden viajar largas distancias y escucharse en radios convencionales), para transmitir sus noticias del Servicio Mundial en inglés durante cuatro horas al día en Kiev, la capital de Ucrania, y en partes de Rusia.

“A menudo se dice que la verdad es la primera víctima de la guerra”, comenta Tim Davie, director general de la BBC, en un comunicado que recoge The New York Times. “En un conflicto donde abunda la desinformación y la propaganda, existe una clara necesidad de noticias fácticas e independientes en las que la gente pueda confiar”.

 

[Este artículo de opinión forma parte de la newsletter de Laboratorio de Periodismo. Semanalmente, Lluís Cucarella, director editorial del Laboratorio de Periodismo de la Fundación Luca de Tena y CEO de Next Idea Media, comenta en un artículo algunos puntos de actualidad de la semana en el mundo del periodismo. Suscríbete]

 

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